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Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, capítulo 2

Jorge Castellanos & Isabel Castellanos

Cultura Afrocubana, tomo 2,
El negro en Cuba, 1845-1959

Capítulo 2. Abolicionismo e independentismo, 1868-1886

Ediciones Universal, Miami 1990, págs. 139-233

La Guerra de los Diez Años: la abolición mambisa
La campana del ingenio La Demajagua repicó a toda voz el 10 de octubre de 1868. No llamaba a comenzar las labores de la zafra. El propietario, Carlos Manuel de Céspedes, se había reunido ese día con un grupo de patriotas para proclamar la independencia de Cuba. Y ahora convocaba a los negros de la dotación para comunicarles que desde ese momento eran hombres libres y podían –si lo deseaban– unirse a la gran causa. De ese modo se iniciaba un movimiento revolucionario de enorme trascendencia: una guerra liberadora que, repleta de vaivenes, iba a prolongarse por tres largas décadas (1868-1898) y acabaría por producir, entre otras, dos fundamentales transformaciones históricas: el fin de la dominación colonial de España en Cuba y la abolición de la esclavitud.
La fusión del independentismo con el abolicionismo tiene lugar en el campo mambí durante la primera fase de ese conflicto, la llamada Guerra Grande o Guerra de los Diez Años (1868-1878), pero no de modo inmediato, desde sus mismos inicios. Aun con respecto a la independencia, el liderazgo del movimiento revolucionario iniciado en La Demajagua el 10 de octubre tuvo sus vacilaciones. En carta del 24 de ese mes, Céspedes, «Perucho» Figueredo, Maceo Ossorio, Masó y otros jefes de la insurrección se dirigieron al secretario de Estado de los Estados Unidos para exponerle los motivos que los movían al alzamiento y pedirle su apoyo y su ayuda. Recordándole los lazos que unían a su país con Cuba, agregaban: «...No será dudoso ni extraño que después de habernos constituido en nación independiente formemos más tarde o más temprano una parte integrante de tan poderosos Estados porque los pueblos de América están llamados a formar una sola nación y a ser la admiración y asombro del mundo entero.» Si este anexionismo de los líderes orientales casi se confunde con el que pudiera llamarse «continentalismo bolivariano», el que predominó en Camagüey no fue tan moderado. La Asamblea de Representantes del Centro, cuatro días antes de la reunión histórica de Guáimaro, elaboró dos documentos saturados de anexionismo puro. En una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, general Grant, se le dice que «el deseo bien manifiesto de nuestro pueblo, la estrella solitaria que nos sirve de bandera,» no era otro que el de incorporarse a «las que resplandecen en la de los Estados Unidos.» En otra carta, dirigida al senador general Banks, se le expuso que «Cuba desea, después de conseguir su libertad, figurar entre los Estados de la gran República.» Y en nota oficial fechada el 20 de abril de 1869, la Cámara de Representantes reunida en Guáimaro acordó comunicar al pueblo y al gobierno de los Estados Unidos que era deseo casi unánime de los cubanos incorporarse a la federación norteamericana y que «si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificara, ésta se realizaría sin demora.» No nos corresponde entrar aquí en el análisis de los complejos factores diplomáticos, geopolíticos, económicos y sociales que hicieron fracasar estos designios anexionistas. El gobierno de Grant adoptó una política de desprecio ante las peticiones de ayuda que recibía de Cuba y los mambises cubanos al fin reaccionaron contra los repudios norteños, alzando el pabellón del independentismo radical y absoluto.

Facsímil del original impreso de este capítulo en formato pdf

 

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