Jorge Castellanos | Cultura afrocubana: 1 α 1 2 3 4 ω · 2 α 1 2 3 4 ω · 3 α 1 2 3 4 ω · 4 α 1 2 3 4 5 6 ω |
Ediciones Universal, Miami 1994, págs. 131-194
Desde los comienzos –como ya hemos dicho y repetido– el negro está presente en las artes y las letras de Cuba. En los dos primeros volúmenes de esta obra puede encontrarse abundante prueba de esta verdad, tan elemental y obvia como frecuentemente olvidada. Pudiéramos decir, por eso, que el negrismo nace en la Isla junto con su cultura. Démosle aquí ese nombre (o el correspondiente de modalidad negrísta) a la participación del negro en el proceso de creación artística, en todas sus formas: ya por la intervención directa en el mismo de personas de esa raza, ya por el interés de los creadores de cualquier color en lo negro como tema, ya por el uso que éstos hacen de los modos peculiares de expresión de la llamada gente de color. Tiene razón Oscar Fernández de la Vega cuando dice que la llamada poesía negrísta –movimiento literario de la entreguerra– «es como la erupción de un volcán cuya lava se arrastraba desde lejos, bajo tierra, hasta que halló un cráter propicio para expandirse. El negrismo en la poesía hispanoamericana venía desde mucho antes y se prolongó mucho después, sin que haya desaparecido todavía».
En la Cuba colonial, buena parte del negrismo literario se identifica estrechamente con la actitud abolicionista. De sus manifestaciones en la narrativa, la poesía y el teatro, en los siglos XVIII y XIX, ya hemos hecho mención anteriormente. También hemos estudiado las aportaciones de algunos de los más importantes poetas «de color», tales como Plácido y Manzano. Naturalmente, el número de esclavos y de negros y mulatos libres que escribían versos era muy reducido, porque reducidísimo era el número de ellos que sabían leer y escribir. Si el bayamés Manuel del Socorro Rodriguez (1754-1819) era efectivamente mulato y no blanco –según afirman algunos– bien pudiera ser considerado como el primer escritor «de color» de Cuba. Allá por 1778, como parte integrante de ciertos exámenes que tomó ese año, Rodríguez escribió dos «ejercicios literarios»: un Elogio de Carlos III en prosa y un poema titulado Las Delicias de España que –como ha dicho José Lezama Lima en el primer tomo de su Antología de la Poesía Cubana– es «un mero pastiche» de Garcilaso y Góngora, pero al menos revela «una discreta lectura de los clásicos».
Facsímil del original impreso de este capítulo en formato pdf
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