Jorge Castellanos | Cultura afrocubana: 1 α 1 2 3 4 ω · 2 α 1 2 3 4 ω · 3 α 1 2 3 4 ω · 4 α 1 2 3 4 5 6 ω |
Ediciones Universal, Miami 1994, págs. 1-35
Bajo el azul perfecto de una tarde de invierno, en el patio de una casa de Miami, treinta y dos cubanos de ambos sexos se reúnen para celebrar un rito religioso. En el centro del patio, dentro de una caseta de metal, en vez de los utensilios de jardinería que generalmente en esas casetas se guardan, puede verse un gran caldero. Es una nganga, o sea, el instrumento sagrado de la secta o regla afrocubana conocida con el nombre de Palo Monte o Mayombe. En la ceremonia se canta y se baila al compás de las cadencias extraídas al golpear el cuero de unos taburetes. La música, la letra de los cantos, los ritmos de la danza, todo es obviamente de origen africano. El observador se percata entonces de un hecho singular: en su abrumadora mayoría los participantes en este acto religioso son blancos, o por lo menos, parecen serlo por el color de su piel. Y lo curioso es que no estamos aquí ante un caso aislado. Innumerables actos como éste se celebran en la Florida, en New York, en New Jersey, en California, todas las semanas. ¡Cubanos exiliados blancos, negros y mulatos celebrando juntos en territorio norteamericano un rito afrocubano!
La sorpresa se mitiga un tanto si recordamos que Cuba es (y lo ha sido a todo lo largo de su historia) un país blanquinegro o, si se quiere, negriblanco. Su cultura –según vimos en el primer volumen de esta obra– se extiende entre dos extremos polares: 1) lo europeo más o menos acriollado (polo eurocubano) y 2) lo africano más o menos acriollado (polo afrocubano). Todas las manifestaciones de esa cultura –y los cubanos todos– entre esos dos polos están situados; unos muy cerca del extremo europeo (aunque siempre con penetraciones de lo afrocubano); otros más cerca de lo africano (aunque siempre con penetraciones de lo eurocubano); los más, en una infinidad de puntos intermedios entre los dos antípodas. Un miembro de la llamada «aristocracia» blanca de La Habana, descendiente de padres españoles, educado en el seno de la religión católica, con marginales y escasísimos contactos con la población llamada «de color», se arrodilla ante la Virgen de la Caridad del Cobre, la Virgencita Mulata. Un campesino negro de Alto Songo, con marginales y escasísimos contactos con la población blanca, practicante de la Regla de Ocha, le rinde culto a Changó, que por el otro lado de su esencia es Santa Bárbara. En Cuba, los fundamentos generales de la civilización proceden de Europa, pero nadie se salva de la mezcla con África. Tanto el blanco más blanco como el negro más negro son –culturalmente hablando– «mestizos», es decir, mulatos. Si no cueripardos, al menos en mayor o menor proporción –todos los cubanos somos almiprietos.
Facsímil del original impreso de este capítulo en formato pdf
www.hispanocubano.org |